Una tarde de verano decidí dejarme ir. No sabía a donde iba y me perdí. Hasta que la vi. Una joven risueña de cabellos dorados me sonreía. Quise acercarme pero ella comenzó a correr con toda velocidad. Descubrí en su rostro algo que me resultaba familiar. Intenté hablarle pero no respondió. Estábamos ella y yo. Su sonrisa y su brillo me recordaron un pasado mejor. No pude despegar mis ojos de sus ojos. Comenzó a alejarse tarareando mi canción favorita. Y luego se perdió entre los árboles.
Desde ese día jamás volví a saber nada de ella. La busqué, claro que la busqué, pero fue en vano. Dejó en mi un gran vacío imposible de llenar.
Le pido a usted, amigo lector, que si la ve caminando sobre la arena dejando sus huellas, corriendo entre los árboles de algún bosque o, incluso, en alguna estrella, le avise, por favor, que todavía, en algún lugar, la sigo esperando.