Decir siempre fue más fácil que hacer. Callar es mejor que opinar.
Nos callamos y no hacemos.
El mismo día en que la frenética desolación aturdía sin pena a los muertos que caminaban por la calle, las hojas se arrugaron, la tinta se borró y el frasco con tu olor se rompió.
Que insoportable se hace mirar a los ojos a aquellos que siguen esperando. Que tristeza invade los consejos cansados de repetir, una y otra vez, la misma receta a quienes preguntan y no quieren entender. Ellos que quieren salir de aquel lugar pero no son capaces de tomar una decisión.
Cuantas son las veces en que las que invaden las ganas de patear las piedras sin importar a quienes les caigan.
Las nubes cargadas de problemas vienen a tapar las estrellas. Se llevan el resplandor, las luces. Su brillo se opaca con aquella oscura y vil mentira de que todo lo que queremos siempre es difícil de alcanzar.
No tiene sentido ni relación. No tiene porque todo tener conexión.
Ya no sirve encontrarle una explicación a los problemas del mal y el desamor.